Slow Food: Un movimiento que avanza sin prisa pero sin pausa aliado con el placer (I/II)
La lentitud y la calma del caracol que identifica a la organización Slow Food representa una forma de vivir donde la velocidad no significa ir despacio o rápido, sino experimentar cada momento con la mente y el corazón concentrados en placeres sencillos y cotidianos como la comida y la buena mesa; desde la perspectiva de un movimiento que con el tiempo ha cuestionado los valores de nuestro momento histórico, derivando en un esperanzador referente de cambio de realidad.
¿Se puede cambiar el mundo empezando por la mesa y practicando el placer, además de luchar contra el sufrimiento -que como afirmó el filósofo Aristóteles, es la única cosa cierta en la vida- por lo que alcanzar la felicidad es un fin humano en sí mismo?
Estas contundentes propuestas son parte de la inspiración que disemina en más de 160 países desde hace 30 años el movimiento Slow Food, fundado en Italia por el periodista y activista Carlo Petrini con el objetivo de promover un nuevo modelo de sistema alimentario a través de una asociación “ecogastronómica” que entiende la gastronomía como expresión de identidad y cultura, articulada en una red mundial de personas implicadas en todos los aspectos sociales, económicos, medioambientales, políticos, locales e internacionales que están relacionados con la producción y consumo de alimentos.
La independencia es un factor crucial para luchar en el intrincado mundo de los lobbys de la industria alimentaria y abanderar la impostergable causa de promover la protección de la biodiversidad agroalimentaria y la sostenibilidad. Slow Food se autofinancia a través de las cuotas de sus 150.000 socios y las aportaciones rigurosamente auditadas de patrocinadores, para trabajar en una red mundial que involucra a más de un millón de personas desde las sedes locales llamadas Condotte en Italia y Convivia en el resto del mundo.
Durante décadas, el alimento se ha convertido en una mercancía estandarizada en manos de un puñado de multinacionales, que además ha deteriorado los sistemas de producción a pequeña escala, tradicionales y artesanales respetuosos con el medio ambiente. Slow Food trabaja para restablecer la conexión de las personas con el origen de los alimentos, las tierras donde se producen y la puesta en valor del trabajo de agricultores, ganaderos, pescadores, pastores y artesanos, depositarios de una valiosa sabiduría ancestral injustamente subestimada.
Hasta el advenimiento de la sobre-industrialización de la producción de alimentos y el aplanamiento de los hábitos de consumo que trajo consigo la globalización, esa conexión era un hecho natural que se ha desdibujado con las estanterías de los supermercados y grandes superficies repletas de productos disponibles en cualquier parte del mundo sin importar la desaparición de especies y variedades autóctonas de alimentos, la pérdida de la costumbre de ingerir frutas, verduras y hortalizas propias de cada estación, poniendo en serio peligro la biodiversidad agro alimentaria.
La intención de Slow Food es llamar la atención de esos millones de consumidores seducidos por alimentos de otras latitudes e invitarlos a reflexionar sobre el impacto y la lógica de transportarlos cientos de miles de kilómetros dejando una huella de contaminación que hace insostenible un modelo de producción, consumo y distribución que está destruyendo el planeta, además de la inaceptable explotación de la mano de obra en países que favorecen la guerra de precios en los mercados internacionales, saturados con productos en apariencia baratos, que destruyen los sistemas de producción locales y sostenibles de pequeña escala.
Un camino hacia la equidad
Todo este desequilibrio y falta de igualdad entre los habitantes del planeta es precisamente lo que enlaza con esa idea de combatir el sufrimiento a través de la búsqueda de la felicidad, porque las personas vienen al mundo a ser felices y las batallas que propone Slow Food sólo pueden ser afrontadas con la perseverancia que tiene por finalidad alcanzar los valores expuestos en su Manifiesto por la Tutela Internacional al Derecho al Placer.
El Manifiesto, proclamado por Carlo Petrini en 1986, vino a representar una respuesta a la transfiguración de la vida de las personas por la perpetua e inhumana aceleración de la globalización; lo “fast” e inmediato como modelo de consumo y sus nefastas consecuencias cuando se trata de medir intangibles como calidad de vida, fraternidad, solidaridad, respeto, progreso y desarrollo más allá de las estadísticas de sistemas económicos que han demostrado su incapacidad para resolver los grandes retos del milenio, como por ejemplo, la erradicación del hambre y la pobreza en 2015.
“…para aquellos que confunden eficiencia con frenesí… una vacuna o adecuada porción de placeres sensuales asegurados, suministrados de tal modo, que proporcionen un goce lento y prolongado….”
Más allá de las apariencias de riqueza y bienestar, la globalización y los sistemas económicos que en ella se han hecho fuertes han ahondado como nunca la brecha entre ricos y pobres, así como la precariedad e inestabilidad de millones de personas en el mundo.
Otro signo de nuestros tiempos es la escasez de oportunidades para llevar una vida digna en el propio territorio porque el trabajo de las personas ha dejado de ser rentable en la dinámica de mercados globales atomizados, lo cual genera tensiones que según el continente o los países desencadenan violencia, guerras, desplazados, flujos migratorios, reparto desigual de alimentos, falta de acceso a la educación, a la sanidad y la más perniciosa de las vergüenzas de nuestro mundo: el hambre de 870 millones de personas, mientras se desperdician o tiran a la basura toneladas de comida y un tercio de la población mundial sufre obesidad.
Realidades que nos afectan a todos en un mundo sistémico que como señalara el sociólogo Zygmunt Bauman “sin un destino claro hacia donde movernos Slow Food representa la esperanza y referente mundial de un cambio de realidad porque crea lazos globales desde grupos locales, que en tiempos en los que se desvanecen los paradigmas que movían el mundo, vienen a representar la mayor esperanza de cambio de nuestro momento histórico” y sin lugar a dudas, sintoniza con la necesidad humana de búsqueda de la felicidad inspirando lo que hoy conocemos como Movimiento Slow, el cual responde al dilema entre velocidad y lentitud, al cultivar la responsabilidad de tomar el control del tiempo en todos los aspectos de la vida.
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Escrito por: Irene Zibert
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